Retrato del nuevo revolucionario árabe
ABC radiografía a los jóvenes que aspiran a construir un nuevo Oriente Próximo.
Es de noche y llueve, a pesar de que cruzamos lo que puede considerarse un desierto. El destartalado autobús, alquilado para la ocasión, está lleno de humo de cigarrillos. La ley antitabaco no ha llegado a Jordania, y tampoco estas personas son de las que respetan las normas: la veintena de jóvenes que viaja hacia una protesta en Irbid, a cien kilómetros al norte de Ammán, son la sangre del movimiento de contestación que sacude Jordania. Son, como otros iguales que ellos en los países vecinos, el corazón de la revolución árabe.
Nada de ortodoxia ideológica: hay marxistas, nacionalistas revolucionarios, izquierdistas palestinos, incluso dos chicas con velo... «Sólo hay siete anarquistas en toda Jordania», asegura un tipo con perilla que dice llamarse Hamza, «y dos están en este autobús». Uno de ellos, Moath, tiene el extraño récord de ser la persona que, en las dos últimas décadas, más tiempo ha pasado en una prisión de la «Mukhabarat» (Inteligencia, que en esta región del mundo significa demasiado a menudo supresión de la disidencia).
«¡Dos semanas!», dice Moath, cuyo aspecto —pelo largo, cazadora de cuero y una camiseta de «V de Vendetta»— delata su filiación política. «Estaba haciendo una pintada, y todavía no había terminado de escribir la A de anarquía cuando me arrestaron. No me torturaron, pero me insultaban todo el tiempo, y les divertía pisarme la cabeza», nos cuenta.
«¡Esto no es Siria!»
Estuvo varios días desaparecido, hasta que tres de sus amigos —Hamza entre ellos— se bebieron una botella de «arak» (un licor anisado bastante fuerte, típico de la región) para armarse de valor, y se presentaron en la prisión a exigir noticias. «Estábamos bastante borrachos y, al final, nos arrestaron a nosotros también», explica Hamza. El secretario general del Movimiento de la Izquierda Social, Khaled Kalal, llamó a la sede de la Policía Secreta: «No podéis hacer desaparecer a la gente, ¡esto no es Siria!», les dijo. Y les soltaron.
Precisamente por Siria andan preocupados ahora estos jóvenes; mañana hay convocado allí otro «Día de la Ira». Pero todos saben cómo funciona la dictadura siria. «No creo que puedan hacer nada. De hecho, es sorprendente incluso que se hayan atrevido a organizar algo», dice Moath.
En la parte delantera viaja uno de los líderes de las protestas, Mahdi al Saafin. Muy serio: tiene más experiencia política, sabe cuán debilitado está el movimiento. «Me conformo con que la gente se acostumbre a exigir sus derechos, que se dé cuenta de que si se unen conseguirán cosas», dice.
Para animarse, cantan: letras del cantautor izquierdista egipcio Sheikh Imam, de la revolución árabe, de la guerra civil libanesa. De repente, uno se arranca con una tonadilla que algunos no conocen. «¿Qué es eso?», preguntan desde atrás. «Es el himno nacional tunecino», dice uno de ellos. Y todos cantan, porque la revolución de Túnez, igual que la egipcia, es ahora la suya.
«Incluso si no conseguimos nada más, ya hemos logrado mucho. El mero hecho de que estemos hablando sobre transformar el país en una Monarquía constitucional, criticando las decisiones del Rey, manifestándonos, es una revolución», insiste Hamza. Probablemente, dice, no serán más de cien. Pero no importa.
«No sé qué va a salir de esto», dice Moath, «pero lo intento con todas mis fuerzas. Sólo conozco el futuro, y quién es mi oponente». Atrás del todo, una muchacha diminuta envuelta en un velo púrpura llama nuestra atención. ¿Qué hace ella con toda esta gente? «Estas personas, que no son religiosas, se equivocan en muchas cosas, como en su opinión sobre el velo. Pero compartimos otras ideas», dice Walaa, que así se llama la chiquilla. «Ya hemos cambiado el gobierno. Es sólo el principio», asegura.
Les oyes y comprendes que están convencidos de que la revolución, como se creía antaño, lo va a resolver todo: las dictaduras, la corrupción, el problema palestino, la pobreza. De repente, las puertas se abren: estamos en Irbid. Y los jóvenes manifestantes, empuñando las pancartas, salen a la noche, a la lluvia, a la esperanza.
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