Una ventana en el mundo árabe
La calle árabe se ha levantado contra la «hogra», la injusticia por parte de los poderosos. ¿Será capaz de mantener el pulso ante los poderosos intereses que tiene enfrente?
Txente Rekondo | Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
La explosiva situación en el mundo árabe es analizada por el autor haciendo especial hincapié en la situación de Egipto, donde el presidente Mubarak se resiste a dejar el cargo, como exigen los egipcios sin descanso desde hace trece días. También se refiere al posible efecto dominó, que podría llegar a alcanzar a las repúblicas de Asia Central.
Los recientes acontecimientos en Túnez, Egipto y otros países árabes han supuesto un aluvión de noticias y análisis sobre lo que está ocurriendo y lo que puede llegar al mundo árabe. Hay quien ha osado anunciar el «fin de una era». Sin caer en lecturas cortoplacistas y sensacionalismos baratos, lo cierto es que por lo que está sucediendo en la calle árabe, independientemente del final que tenga, el futuro ya no será igual para esos regímenes que durante tantos años se han mantenido en el poder a base de represión política y de una corrupción endémica. Fruto de ello, la mayoría de la población se ha visto abocada al paro y a la pobreza, mientras unas pocas familias han ido llenando sus propios bolsillos.
La importancia de Egipto. Si las protestas en Túnez fueron el inicio de lo que luego se ha desarrollado en otros estados árabes, la situación de Egipto puede ser clave. Este gigante es considerado como centro de gravedad del mundo árabe y cualquier cambio estructural que suceda ahí tendrá una incidencia directa en otras realidades.
En Egipto la población ha ido perdiendo el miedo al régimen y las movilizaciones buscan derrocar a Mubarak. Aún no lo han logrado, pero lo que sí se ha materializado ya es la derrota de las intenciones sucesorias del raïs, quien difícilmente podrá ver a su hijo Gamal (sin el apoyo del Ejército y con rechazo popular) ser elegido presidente en setiembre. Además, si el pueblo egipcio sigue los pasos del tunecino, los autócratas árabes pueden ver peligrar su futuro en el poder, lo que acabaría convirtiéndose en un tsunami de imprevisibles consecuencias.
El factor islamista. La importancia cuantitativa y cualitativa de los Hermanos Musulmanes (MB) es otro factor a tener en cuenta. Históricamente, el peso de dicha organización islamista ha logrado mantenerse, a pesar de la dura represión que los diferentes gobiernos, tanto en Egipto como en otros estados árabes, han mantenido contra la misma. El pulso entre el faraón (los sucesivos dirigentes egipcios en las últimas décadas) y el profeta (el movimiento islamista) ha sido una constante de la historia moderna egipcia. Hay que tener en cuenta que más allá de esa rama del islamismo político que representan los Hermanos Musulmanes, en Egipto han surgido otras tendencias en clave jihadista, e incluso uno de los dirigentes -para muchos el ideólogo clave- de Al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, ha sido en el pasado dirigente de la Jihad Islámica de Egipto.
En el futuro escenario, el papel de estas tendencias será clave. Los observadores siguen con atención la labor que están desarrollando los MB, conscientes de que la influencia que ejercen a través de sus redes caritativas les da apoyo popular, lo que sin duda se verá reflejado en caso de que tengan lugar una elecciones «libres y democráticas». Habría que añadir la reconfiguración que sufriría la política de Egipto hacia Israel, ya que los MB han manifestado su apoyo al pueblo palestino y su rechazo a los acuerdos entre Mubarak y el Estado sionista.
El papel de los militares. Uno de los soportes del régimen es el Ejército. En Egipto la importancia de los militares es más que visible (desde Nasser y Sadat hasta el propio Mubarak), e incluso los intentos de «reforma» del propio raïs han pasado por el nombramiento de Shafiq (alto militar del Ejército del Aire, la rama más influyente) y de Suleiman (el responsable del servicio secreto). Complica la ecuación la composición del Ejército, que es fiel reflejo de la diversidad que podemos encontrar en la sociedad egipcia, así como de las históricas rivalidades con las fuerzas policiales. De momento, son pocos los que apuestan por un golpe sangriento que perpetúe al ya caído en desgracia Mubarak. Algunas voces alertan incluso de posibles tensiones en torno a la sucesión entre los mandos militares.
El efecto dominó. Las diferencias entre las realidades de los diferentes estados árabes son más que evidentes. Por ello algunos auguran que el llamado efecto dominó no acabará produciéndose. Otros observadores sostienen lo contrario, basándose en la coincidencia de algunos factores (juventud desencantada y con pocas perspectivas de mejorar, paro endémico, represión política, control en manos de pocas familias, corrupción, nuevas tecnologías, el papel de medios como Al-Jazeera...)
De momento, tras la explosión en Túnez (que por desgracia parece haber caído en una especie de apagón mediático en Occidente), que ha visto cómo el dictador Ben Ali ha tenido que abandonar el país, muchas miradas se están posando en otros estados. En el Magreb, en Marruecos y Argelia sobre todo, las aguas no se presentan tranquilas para sus dirigentes. El rey marroquí ha viajado al Estado francés esta semana para intentar frenar cualquier efecto de contagio de las protestas en su país, mientras que en Argelia, Bouteflika ha logrado de momento desactivar a las oposiciones islamista y de izquierdas a través de ofrecerles un pedazo del pastel político o comprando directamente su fidelidad, aunque las tensiones internas (juventud descontenta, islamistas radicales, Kabilia...) pueden alterar los planes del gobernante.
En Yemen, las protestas han congregado a miles de personas contra el Gobierno, lo que unido al conflicto armado que Sanaa mantiene con las fuerzas chiítas en el norte o con las fuerzas separatistas del sur, sin olvidar la presencia de Al-Qaeda, hace del escenario yemení un candidato perfecto para que el desequilibrio de fuerzas altere profundamente la situación.
Tampoco deben estar durmiendo tranquilos los dirigentes reales en Jordania, donde se dan las mismas claves que en los otros países y donde, además, el papel de los perseguidos Hermanos Musulmanes puede recobrar fuerza y protagonismo.
El paraíso dorado puede hacer aguas. El futuro que les espera a las llamadas monarquías del Golfo no parece halagüeño para sus dirigentes y valedores. Con una población que empieza a sufrir los efectos negativos de la crisis mundial mientras ve cómo sus dirigentes viven en la opulencia y reciben a los dictadores del mundo en este exilio dorado, unida a la presencia de células islamistas e importantes ideólogos del jihadismo transnacional, o al propio pulso que mantiene con Irán por hacerse con el control en la región, junto a las tensiones que surgirán a la hora de la sucesión del octogenario Abdallah bin Abdelaziz, son pocos los que se atreven a augurar un futuro calmado en Arabia Saudí. Si el escenario saudí entra en una dinámica similar a la que estamos viendo estos días, su alianza estratégica con Estados Unidos puede verse seriamente comprometida, y el efecto de cualquier transformación «no deseada» tendrá sus consecuencias directas en las otras monarquías del Golfo.
Al-Qaeda y la teoría del caos. En este puzzle no podría faltar un actor como Al-Qaeda, quien intentará aprovecharse de cualquier resquicio para imponer su ideología en la región. En ese sentido, analistas opinan que el caos es el mejor aliado de esa red, que no ha dudado en aprovecharse en el pasado de situaciones similares en Afganistán, Irak o Somalia para afianzar su presencia.
Las consecuencias de la ocupación de Afganistán entran en ese guión que desea Al Qaeda. Recientemente se ha constatado la presencia de movimientos islamistas de corte jihadista en Asia Central, y en algunos foros se está repitiendo la idea de que Uzbekistán es el próximo objetivo. La mayoría de las nuevas repúblicas de esa zona comparten los factores que ya hemos enumerado: regímenes corruptos, una juventud harta de los dirigentes, represión hacia la disidencia y la presencia activa de movimientos islamistas. Cabría añadir la ayuda que esos líderes prestan a EEUU y las consecuencias de esas alianzas.
Los intereses de Occidente. A pesar de que a Washington y a las cancillerías europeas se les llena la boca con grandilocuentes declaraciones sobre «democracia, libertad, derechos humanos...», las poblaciones de estos estados asisten impotentes a la colaboración de esos supuestos defensores de la paz y la libertad con los dirigentes locales, quintaesencia de los dictadores.
Es un escándalo el silencio de la Unión Europea sobre Túnez o Egipto. Desde Washington se ha incidido en la necesidad de «reformas ordenadas», o sea, cambiar las figuras sin alterar el sistema. Para EEUU, Egipto es claves para al control del petróleo del Golfo Pérsico, así como para el tránsito de petroleros y barcos militares (canal de Súez). También para sostener el Estado sionista de Israel. Para todo ello, le es necesaria la «estabilidad de sus aliados locales», a los que ha regalado grandes sumas de dinero y un enorme arsenal.
Transición versus ruptura. Visto el desarrollo de los acontecimientos, los hasta ahora aliados de los dictadores, EEUU y la Unión Europea, han solicitado que la calma perdure y que se encaminen estos procesos hacia una transición moderada, o sea, que los que en su momento han sido bastiones del régimen corrupto y dictatorial sigan rondando o acomodados en el poder, bajo otro nombre y con caras nuevas en la dirección. Los protagonistas de las protestas siguen apostando por la ruptura total con el antiguo régimen, así lo hemos visto en Túnez y así lo exigen en Egipto o Yemen. No debemos perder de vista las maniobras que EEUU llevará adelante, proponiendo figuras de corte «liberal o moderado» que sirvan a sus propios intereses.
La calle árabe se ha levantado contra la «hogra», la injusticia por parte de los poderosos. ¿Será capaz de mantener el pulso ante los poderosos intereses que tiene enfrente?
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